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Posted by : Unknown miércoles, 21 de octubre de 2015

Reseña de “El viaje de Chihiro”


En el año 2001 el estudio Ghibli nos obsequió con uno de sus mejores largometrajes en su ya de por sí excelsa producción: Sen to Chihiro no kamikakushi, conocida como “El viaje de Chihiro” en nuestro idioma (o “Spirited Away” en los países anglosajones). El film obtuvo desde su estreno un sinfín de premios y reconocimientos internacionales, entre ellos el Oso de Oro del Festival de Berlín y el Óscar de Hollywood a la mejor película de animación. La historia, muy en la línea de “Alicia en el País de las Maravillas“, narraba el fantástico viaje de una niña llamada Chihiro a un mundo de ensueño, en el que vivía toda una serie de aventuras que le proporcionaban una valiosa experiencia para ayudarle a madurar como persona en su trato con los demás y con el propio entorno.

A diferencia de la Alicia de Disney (pues la original de las novelas de Lewis Carroll ya sería otro cantar), la ambientación que encontraremos en El viaje de Chihiro no es desde luego nada infantil, edulcorada ni simplista, como este tipo de recurrentes historias han sido tratadas tradicionalmente en Occidente, sino que se nos presenta en un escenario tan típicamente oriental como una casa de baños repleta de seres de lo más extravagantes: tanto sus empleados y responsables como más aún sus insólitos clientes, toda clase de criaturas fantásticas extraídas directamente del folklore oriental.

La película presenta en determinadas ocasiones (en personajes, diálogos y ciertas situaciones) hasta ese toque oscuro y adulto tan típico de las mejores obras de Anime, aunque en principio estén destinadas como ésta para todos los públicos. Y es que si hay algo que diferencia claramente en este ámbito una producción occidental de una oriental es que por lo general en las segundas a los niños nunca se les trata como si fueran tontos, sino como niños.

Ésto en concreto en las obras del Studio Ghibli es una máxima que está presente en todas y cada una de sus inolvidables obras, y hasta en las películas que han podido tener un carácter más marcadamente infantil, como sería el caso por ejemplo de Mi vecino Totoro, el resultado final ha sido no tan solo una Obra maestra absoluta por sí misma sino además una de las películas más inteligentes, hechizantes y encantadoras que se recuerdan en el mundo de la animación (además tanto oriental como occidental).

Centrándonos ya de lleno en El viaje de Chihiro, al principio de la obra se nos presenta a la pequeña Chihiro como una niña apática, dependiente y asustadiza, pero como suele ocurrir en las obras de este tipo (desde los tiempos de la literatura clásica de aventuras y antes aún desde los cuentos populares) sufrirá una profunda transformación para mejorar a nivel personal, en base a los sucesos que le ocurrirán, a las dificultades, a los peligros y a los retos personales que deberá superar, y también por supuesto por todo lo que otras personas con las que se relacionará a lo largo de la historia lograrán influir en ella. Todas esas experiencias vividas en el particular mundo de fantasía que visitará Chihiro le servirán como decimos para aprender y mejorar luego en el mundo real.
Además de a Chihiro conoceremos también a toda una serie de extraordinarios personajes que aportarán su decisivo granito de arena en la fantástica historia que nos cuenta el film. Así conoceremos al inmenso personaje (nunca mejor dicho) de la administradora de la casa de baños: Yubaba, una particular “Reina de corazones” al estilo Ghibli, que empleando su poderosa magia será capaz de arrebatar a Chihiro su propia identidad (clásica creencia del folklore oriental que nos dice que quien conoce el nombre auténtico de alguien tiene la facultad para dominarlo) y la destinará a los trabajos más pesados en la casa de baños a pesar de su corta edad.

También conoceremos al inolvidable Haku, un muchacho misterioso que ayudará a Chihiro en los momentos más decisivos de su estancia en el fantástico mundo al que ha ido a parar, y muchos otros personajes sin duda que permanecerán para siempre en el recuerdo del aficionado como Kamaji, el encargado de la maquinaria de la casa de baños, o sus pequeños y simpáticos ayudantes (que recordaremos de Mi vecino Totoro) y muchos otros personajes también del todo irrepetibles como los propios y estrafalarios huéspedes que llegarán para disfrutar de los servicios de esta peculiar casa de baños. Todos ellos tendrán su papel destacado en la obra e influirán en mayor o menor medida en las decisiones que Chihiro tomará en su particular periplo en este extraño mundo de fantasía, y por supuesto en lo que se acabará convirtiendo en su gran reto como será conseguir salir de allí y volver a su propio mundo.

Decir que la historia está tan bien llevada y su argumento es tan apasionante que el film atrapa sin remedio de principio a fín, siendo un auténtico prodigio a todos los niveles: visual, sonoro y narrativo. No quiero deliberadamente entrar en más detalles para que así el aficionado que aún no haya disfrutado de esta joya descubra por sí mismo todo lo que esta obra le tiene preparado para cautivarle sin remedio y sorprenderle en cada escena. Precisamente la capacidad de sorprendernos que tiene este film es sin duda una de sus principales bazas entre sus incontables virtudes y, como es lógico, no es cuestión aquí de arruinarla de ningún modo.


Hay películas que tienen la fortuna de contar con buenos realizadores, que saben narrar como es debido una buena historia y, gracias a su buen hacer, consiguen transmitir todo lo que la obra pretende hacernos llegar, desde sus más profundos cimientos hasta el último de los detalles presentes en la misma. Por extraño que parezca, éste NO es el caso de El viaje de Chihiro, pues no cuenta con un “buen realizador”, sino con un auténtico Genio. Hayao Miyazaki firma aquí uno de sus mejores trabajos en su insuperable filmografía y da una magistral lección de cómo contar una historia en lenguaje cinematográfico, tanto en el fondo como en la forma, para que ocurra el milagro que está al alcance de muy pocos directores de conseguir que una historia nos llegue directamente al corazón.










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